En cierta ocasión, un hombre de gran erudición, fue a visitar a un anciano que estaba
considerado como un sabio. Llevaba la intención de declararse discípulo suyo y
aprender de su conocimiento. Cuando llegó a su presencia, manifestó sus pretensiones
pero no pudo evitar el dejar constancia de su condición de erudito, opinando y
sentenciando sobre cualquier tema a la menor ocasión que tenía oportunidad. En un
momento de la visita, el sabio lo invitó a tomar una taza de té. El erudito aceptó,
aprovechando para hacer un breve discurso sobre los beneficios del té, sus distintas
clases, métodos de cultivo y producción. Cuando la humeante tetera llegó a la mesa, el
sabio empezó a servir el té sobre la taza de su invitado. Inmediatamente, la
taza comenzó a rebosar, pero el sabio continuaba vertiendo té impasiblemente,
derramándose ya el líquido sobre el suelo.
-¿Qué haces insensato? -clamó el erudito-. ¿No ves que la taza ya está llena?
-Ilustro esta situación -contestó el sabio-. Tú, al igual que la taza, estás ya lleno de tus
propias creencias y opiniones. ¿De qué te serviría que yo tratara de enseñarte nada?
Para entrar a este piso sagrado de la fe se requiere dejar afuera todas nuestras concepciones pasadas y enfrentarse al reto de lo desconocido. Todo esta servido, todo esta preparado, pero se necesita que todos dejemos lo que traemos para aventurarnos a un mundo incierto. Despues de esto, nada sera igual, pero tampoco podemos arrepentirnos.